Ética, indignación compartida y cambio social

miércoles, 15 de junio de 2011


La indignación y el poder de la ética 
La indignación y la ética existen en relación dialéctica, como nos enseña el filósofo colombiano Freddy Javier Álvarez-González en Una Ética de la Indignación (Álvarez-González 2004). La indignación puede hacer nacer la ética, mientras la ética puede estimular la indignación. Nosotros podemos llevar a los indignados descubrir la ética y a los éticos descubrir la indignación, reduciendo el número de los que apenas se molestan. Este esfuerzo es facilitado por la insatisfacción creciente y generalizada por parte de los que son afectados por—o que se indignan con—la hipocresía organizada, institucionalización de la desigualdad y banalización de sus injusticias. Aquí, las estrategias deben ser formuladas para minar las condiciones que generan, cultivan, reproducen y sostienen la hipocresía, la desigualdad y la injusticia. 
Los individuos, familias, grupos sociales y sociedades necesitan descubrir el poder de la ética. En los debates, protestas, negociaciones, etc., públicas, lo éticamente defendible tiene una fuerza irresistible tanto para el convencimiento como para la justificación. La ética también crea una energía humana impresionante, que se transforma en el coraje ético que lleva a muchos actores, individualmente y colectivamente, a desarrollar iniciativas osadas que ellos propios no sospechaban ser capaces de hacer. La ética tiene el poder de inspirar criterios y principios para orientar decisiones y acciones. 

La solidaridad y el poder de “la indignación compartida” 
La soberanía de una familia, comunidad, grupo social o sociedad, para influenciar su futuro, depende de solidaridad. El intento de ser más soberanos, para cultivar, mejorar y sostener nuestros modos de vida, es un esfuerzo colectivo que revela la interdependencia de todos los actores interesados. Cuando hay interdependencia, el intento requiere solidaridad. Las estrategias para construir más solidaridad en América Latina deben incluir aspectos que revelan razones para la indignación y otros que revelan el alto grado de nuestra interdependencia dentro/entre familias, comunidades, grupos sociales y sociedades. 
Uno debe ignorar en ciertos momentos, y minar en otros, las reglas del más fuerte: la regla de la indiferencia del liberalismo con su culto al individualismo, y la regla del egoísmo del neoliberalismo con su culto a la competencia. Debemos compartir razones/espacios para la 
solidaridad que nos hará libres. Sólo la indignación compartida puede hacernos solidarios en la construcción de una “otra” América Latina. En eso somos interdependientes, y la interdependencia nos transforma en ángeles con apenas un ala, que no pueden volar si no lo hacen abrazados.

Los sueños y el poder de la emoción 
Sin emoción no hay pasión, y sin pasión no hay compromiso. Una de las más relevantes y poderosas fuentes de emoción colectiva es un sueño compartido. Sin embargo, las sociedades están perdiendo la capacidad de soñar como sociedades, principalmente en América Latina donde los ajustes estructurales, liderados por el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y los gobiernos neoliberales de turno, han amputado el espíritu colectivo de nuestras sociedades. Según la racionalidad original del  Consenso de Washington, las sociedades deben ser reestructuradas para servir al mercado, no lo contrario. Bajo el concepto de competitividad promovido como sinónimo de competencia, las sociedades están asistiendo a la emergencia del mundo del cada uno por sí, Dios por nadie y el Diablo contra todos. 
Una de las tareas relevantes de una gestión comprometida en construir una “otra” América Latina, más solidaria para ser más soberana, es estimular la construcción de sueños en el imaginario social de las familias, comunidades, grupos sociales y sociedades. Pero un sueño 
compartido, que es la fuente de energía colectiva para el cambio social. Como decía Dom Hélder Cámara, el fallecido Obispo de la ciudad de Olinda, estado de Pernambuco, Brasil: “Cuando uno sueña individualmente, es apenas un sueño; cuando muchos comparten el mismo sueño, es el inicio de la realidad”. Pero no será suficiente construir un sueño compartido. Debemos cultivarlo, coherente y consistentemente, porque, como en la vida real, cuando la emoción disminuye se reduce la pasión, y cuando se reduce la pasión el 
compromiso termina. 

El debate público y el poder de las ideas 
La ventaja de los grupos y sociedades subalternas está en el debate público. En público, los dominadores no pueden revelar sus agendas ocultas, lo que hace muy vulnerables sus argumentos para justificar sus iniciativas y para convencer a otros de la incoherencia de sus propuestas. Las “ideas subalternas” ganan una fuerza ética singular cuando son expuestas en público, porque revelan la relevancia humana, social, ecológica, moral, etc., de su intencionalidad, al mismo tiempo que desnudan el egoísmo y la codicia que inspiran las “ideas dominantes”. Con su “discurso oculto” hecho explícito, los subalternos disipan la cortina de humo construida por el “discurso público” que cubre la “agenda oculta” de los 
dominadores. 
Desde la indignación y el pensamiento de frontera, los subalternos deben promover la globalización de la solidaridad, generando interpretaciones y propuestas alternativas a las interpretaciones y propuestas que nos llegan con los diseños globales traídos por los agentes internacionales de los cambios nacionales. En el espacio público se debe compartir “otras” interpretaciones y propuestas, y minar la “normalidad dominante”, denunciando la hipocresía que la sostiene, las contradicciones que le son inherentes y las injusticias que de ella emanan. Así como la “idea de desarrollo” ha sido exitosa en penetrar e influenciar el imaginario social de muchas sociedades, “otras” ideas deben ser popularizadas y cultivadas, a partir del debate público, en el seno de nuestros sistemas de educación y medios de comunicación. Por ejemplo, la “idea de dominación” detrás de la dicotomía “superior- inferior” debe ser expuesta públicamente como la fuente ideológica de manipulación cultural de todos los actores poderosos con intención de dominación. Otras “ideas locales” deben reemplazar a las “ideas universales”.

Tomado de El poder de las redes y las redes del poder, de José de Souza Silva

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